miércoles, 23 de junio de 2010

loco

La banca en la que me siento a leer Los Miserables mientras espero a K es la banca de un loco. Un loco negro de hollín, de traje negro, de barba crecida y que arrastra tras de si un gran saco lleno de quien sabe qué reliquias de loco. Cuando llego tarde, él está allí sentado y yo tengo que esperar parado contra la reja de la universidad de K, sin poder leer a Victor Hugo y mirando al loco que a veces grita, da discursos o revisa su saco según el ánimo que tenga. Hay días en que llego y encuentro bajo la banca algunas cáscaras de naranja, un plato descartable o migas de pan, señal de que él ha estado allí pero se ha ido. Hoy sin embargo llegué temprano, tomé la banca y me puse a leer mi libro. Ni rastro del loco. Al rato le vi llegar a la plaza con su enorme saco. Caminó en dirección hacia la banca disminuyendo la velocidad conforme se aproximaba. Finalmente pasó a mi lado sin detenerse pero mirándome casi de reojo. Pude ver por unos segundos su mirada confusa. Su desesperación de ver su espacio tomado por un extraño. Pude ver además, que no está loco. Que sabe muy bien lo que sucede y que además ya percibió que yo sé que no está loco. Sabe que podría compartir la banca conmigo como hace otra gente. Hablarme. Tal vez pedirme unas monedas para comer. Pero no lo hace. Sigue de frente y se sienta unos metros más allá, bajo el monumento de Mariátegui a gritar como si fuese un loco. Yo pretendo leer a Victor Hugo pero no puedo concentrarme. La noción de su lucidez me distrae y hace que me pregunte cuál será el secreto de su locura para que le cueste tanto abrirse, sentarse, hablar, decirme que no está loco.