martes, 23 de diciembre de 2008
Lucía busca una panadería
Esta mañana muy temprano he salido a caminar en busca de pan. Ni siquiera me he cambiado el pijama porque no creí llegar muy lejos. Salí despacio para no despertar a nadie, dejé la puerta entreabierta y sólo después de avanzar varias cuadras me he dado cuenta de que no estoy en Lima y de que acá no hay panaderías en cada esquina como allá. Cuando me detuve estaba lejos, sobre un pequeño puente en forma de arco desde donde veía gran parte de la ciudad: la escuela de arte, los centros comerciales cerrados, la zona residencial, y Las Olas Boulevard bajando desde el centro hacia la playa como una de aquellas resbalosas de agua por las que uno se desliza a la piscina. El viento me pegó en la cara. La ciudad entera me pegó en la cara y sentí el puente moverse como el lomo arqueado de una ballena. Me tomé de la baranda y he estado a punto de volver a casa. Luego he recordado el pan y he decidido ir un poco más lejos. Pensé que tarde o temprano encontraría una panadería en algún lugar. Tenía que haber una panadería. Bajo un árbol me quité las pantuflas que me incomodaban y proseguí el camino en medias. Por un momento me vi a mi misma la noche anterior parada frente al cajón. Las grises. Coge las grises, me dije. Pero allí estaba con aquellas medias rosadas de señorita. Tuve que caminar con cuidado. Pensaba -Por suerte acá la gente no anda dejando la caca de sus perros por todos lados -. Si hay algo más jodido que pisar caca, eso es pisar caca descalza. Sentir esa la masa tibia y pajosa deshacerse entre tus dedos y luego prenderse a tu pie como si fuese un animal vivo, una parte del perro que ya no es el perro pero que es la evocación de lo peor del perro y de los peor de sus dueños, de lo peor de las ciudades y de lo peor del mundo. Bueno, te parecerá chistoso, pero eso era justo en lo que venía pensando cuando pisé precisamente un poco de caca con mis medias rosadas. Al principio me he quedado paralizada. Como encementada a aquel pedazo de mierda. Luego me ha dado un poco de risa y finalmente me he derrumbado sobre la vereda, contra una pared. Ni siquiera me he quitado la media. He estado recostada pensando en cómo he ido a dar tan lejos de casa y por qué no puedo encontrar una panadería en esta puta ciudad. Eran como las seis o siete de la mañana. Miami aún dormía pero no iban a tardar en aparecer los carros, el sol, los buses escolares, los supermercados, los turistas y yo iba a estar allí en medio de todos, en pijama y con el pie lleno de mierda. Quería saber por qué todas las cosas buenas han desaparecido pero la caca de los perros sigue regada por las calles igual que en Lima. Aquí también tengo que ir a trabajar. La cerveza sabe igual y las resacas son hasta peores. Al principio todo parece mejor porque no entiendes lo que dice la gente, ni los carteles en la calle ni los menús de los restaurantes. Pero eso dura poco. Apenas aprendes bien el idioma te das cuenta que la gente dice tantas huevadas como allá y que es difícil toparse con un buen chico como tú. No entiendo por qué te has tenido que ir y yo me he quedado con la caca de los perros y todo lo demás. Me estaba acordando de Shelter from the storm de Dylan porque hay una parte en que dice: “Estoy viviendo en un país extranjero” y he querido que como en la canción vengas a decirme: “ven, que yo te voy a dar calma para la tormenta”. Luego supe que no ibas a venir y por eso he necesitado tanto encontrar el pan. El pan es otra de las pocas cosas buenas que recuerdo. Después de un rato sentada allí en la vereda vi el portón de un mercado abrirse en una esquina. Era un extraño mercado como esos mercados de Lima y algunos empleados empezaron a poner cajas con verduras afuera. Me quité la media con caca, la dejé tirada por allí, me puse las pantuflas y me fui hacia el lugar. No he demorado mucho en encontrar el pan. Me he guiado por el olor. Lo tenían al fondo en unas canastas enormes. Cogí una bolsa de papel muy grande y la he ido llenando con todos los tipos de pan que encontraba. Habían unos en forma de zanahoria que nunca había visto y otros suaves como bizcochos. No sé cuanto tiempo exactamente he estado escogiendo panes pero cuando salí del lugar la ciudad estaba completamente despierta y lista para devorarme. Era como una de esos sueños en que estás en pijama en la calle, sólo que este no era un sueño. Abracé la bolsa de pan y comencé a hacer el camino de regreso a casa. Trataba de no pensar en mi pijama ni en mi pie sin media. Sentía a la gente mirarme desde sus autos detenidos antes los semáforos y a los turistas rebasarme envueltos en aquella aura gloriosa que les da el desinterés. Era como tener nuevamente seis años y estar perdida en Disneylandia. Lo único que me quedaba era el pan. Acercaba la boca de la bolsa a mi nariz y aspiraba profundamente como hace la gente con las máscaras de oxígeno. A lo lejos logré ver la casa. Aún faltaba un buen tramo pero sabía que allí estaba. El pan también estaba allí conmigo, sosteniéndome. Volví a cruzar el puente arqueado como el lomo de una ballena. Si conseguía sobrevivir un poco más talvez no tardarían en aparecer las cosas buenas. Tú no estabas y siempre habría mierda de perro en las calles, claro, pero ahora ya sabía dónde encontrar pan, sabía dónde quedaba mi casa, y eso era suficiente para seguir caminando.