martes, 19 de diciembre de 2006

prólogo a mi primera novela

Llegará el día en que mis padres estén orgullosos de las cosas que hago. Seré uno de esos tipos de los que ahora me burlo y cuando lea esto, recostado sobre mi sillón de cuero, pensaré que algún día fui un completo idiota o en el mejor de los casos un desquiciado. Sin embargo, hoy mientras leía Farenheit 451, sentado en la banca de un parque de San Isidro, comiendo un enrollado árabe y bebiéndome la cuarta cerveza de la mañana dije - soy probablemente el tipo más cuerdo de esta ciudad. Y cuando lo dije, estaba convencido de ello, de modo que seguí echándole sorbos a la lata verde de pilsen como si en ello se me fuese la vida. La crema del enrollado, una especie de mayonesa agria, me embarraba los labios. Algunos niños jugaban alrededor pero sin hacer mucho ruido. No esperaba ver niños cuando vine al parque. Es decir, antes yo venía aquí con Marco a fumar hierba y no había niños, sólo algunas ratas a las que Marco les temía. Pero desde que lo arreglaron y le pusieron flores y limpiaron la caca de los pájaros de las bancas, las ratas desaparecieron y fueron reemplazadas por niños y viejos. Por lo pronto no son muchos los que vienen y uno puede leer con tranquilidad. Por encima de la portada del libro de Ray Bradbury (que simula un incendio) yo podía ver los edificios que rodeaban el parque. Imaginaba a toda la gente trabajando. Algún día yo estaré allí - pensé-. He estado allí y sé que volveré porque no tengo suficientes fuerzas para ser un vagabundo toda mi vida. Me enamoro con facilidad y sé que terminaré alegrándome de comprar mi pequeña licuadora, mi pequeña cocina, mi pequeño departamentito cerca al mar. Seré como este parque. Me limpiarán de ratas, me sembrarán flores encima, me ablandarán y la gente terminará por rodearme y pisotearme sin miedo. Es por eso que debo escribir cuando aún me queda algo de fuego dentro. De otro modo yo sería una estafa. Tipos decentes existen por millones y te los ponen delante cuando vas a la universidad. Les pagas para que te enseñen cosas de las que te olvidarás antes de olvidar sus caras. Si algún día tendré algo valioso que decir, este es el momento, en este parque, mientras la ciudad entera se mueve como una gran rueda de la fortuna y yo aún permanezco a un lado, mirando absorto como gira y gira, bebiendo en paz mi cerveza.