sábado, 31 de julio de 2010

prehistoria

Caminábamos entre los pasillos de juguetes. A K le gusta ir a ver juguetes. Es algo que yo había perdido y que con ella he recuperado al igual que otras costumbres como la de cocinar presa una emoción tan fuerte que es lo mismo que si estuviera haciéndole el amor. Caminando llegamos a una parte llena de dinosaurios. Algunos eran dinosaurios con todo y pellejo pero otros eran sólo esqueletos como los de los museos. Tenían miradas penetrantes y carnívoras como la de K. También había un dragón que mordía y al que K le ofreció el dedo. Mas allá encontramos un esqueleto de tiranousario que venía con un pequeño hombre. No era un hombre de las cavernas sino un paleontólogo. Al parecer los fabricantes de juguetes ya se pusieron de acuerdo en no seguir confundiendo a los niños con eso de que los dinosarios convivieron con los humanos. Yo no lo supe hasta los doce. Antes de eso creía que los cavernícolas almorzaban dinosaurios cocidos. Ahora el tema parece estar revirtiéndose. Con la TV todavía no se ha llegado a un acuerdo y por eso existe Barney que no sólo corre y babea como Dino sino que además baila y canta. Algún día un gran comité de censura logrará aprobar una ley y entonces fusilarán a todos estos bichos. Pasarán por el paredón Los Picapiedra, Nessie y los cavernícolas de los looney tunes que cazaban brontosaurios en la pantalla de mi televisor. Quemarán pilas de libros de Julio Verne, de Connan Doyle y censurarán el hermoso sueño de Monterroso. Y sin embargo, aquellos bichos seguirán abriéndose paso. Incluso en caminos tan insólitos para ellos como la TV, los pasillos de juguetes o el imsomnio de un tipo como yo. No tengo ni puta idea de por qué. Tal vez porque abrirse paso es lo único que han hecho durante 160 millones de años. Porque es lo único que les queda por hacer. Porque a estas alturas es inúltil intentar detenerse.