martes, 15 de junio de 2010

junio

K y yo hemos peleado. Ahora estamos juntos de nuevo pero K aún no me abraza. He entrado a una iglesia del Jirón de la Unión. He entrado porque hacía frío y todavía faltaban un par de horas antes que K saliera de clases. Adentro descubrí que yo no era el único que había entrado por frío. Descubrí además que otros habían entrado por sueño. Sus cuerpos estaban allí sentados pero sus cabezas se desbarrancaban sin gracia sobre sus pechos. Me he quedado hasta el momento en que el cura dijo que no diéramos la paz. Yo hubiese querido estrechar la mano de alguien pero no había nadie cerca de mi banca y los más cercanos estaban dormidos. Una señora volteó y me hizo una venia cortés desde una banca lejana. Fue como esperar una cena caliente y contentarse con una taza de té. Todo es culpa del invierno que nos trae a todos medios muertos entre la gripe y el sueño. Al salir de la iglesia he atravesado la Plaza San Martín y todos aquellos lugares que me atan a ella: los bares, la mesa en la que le acaricié el pie cuando aún no era mi novia, la librería donde compramos el librito de Cortázar, el puesto de emoliente y la banca donde le hice cosquillas en la nuca mientras ella estudiaba sus separatas. Ahora estoy en unas cabinas donde el viejecito encargado le avisa a la gente cada vez que se cumple media hora aunque la gente no se lo pregunte. Yo pensaba que tenía una historia para contar y por eso vine aquí a escribirla, pero al parecer solo tengo gripe y ganas de que K salga y me de un abrazo. De hecho, lo que quiero exactamente, es estar con ella en la iglesia y abrazarla largamente entre gente dormida y friolenta en el momento en que el cura diga que nos demos la paz. De esa manera, al salir de la iglesia ya no tendré esta sensación de desabrigo en el cuerpo, y el invierno será de nuevo sólo una estación más y no este largo andar sin sentido en que entro y salgo de plazas e iglesias como un turista que ha perdido por completo el rastro de su hotel.